Desde el punto de vista
estilístico, el Romancero manifiesta una gran sencillez y sobriedad de
recursos: descripciones parcas y realistas, casi total ausencia de elementos
fantásticos o maravillosos, escasez de adjetivos y metáforas. A pesar de ello
se consigue una extraordinaria viveza narrativa y los más variados efectos
poéticos.
Destaca en el romancero
la inmediata composición de la escena y la presentación de los personajes, la
aproximación a la realidad con una gran fuerza plástica y el arte de saber
llevar, sin dilaciones, la atención del oyente hacia el núcleo temático. Se
combinan admirablemente la narración y el diálogo; mediante éste se consigue el
característico movimiento dramático de muchos romanes.
La alternancia en la
utilización de las formas verbales - presente/pretérito - es otro aspecto que
anima la narración con el cambio de perspectivas temporales, desde un pasado
lejano a un pasado cercano e incluso a un presente o viceversa.
Las fórmula expresivas
más utilizadas son las repeticiones de palabras o frase y el uso del
paralelismo para conseguir una mayor intensidad emocional y rítmica. También se
usan con mucha frecuencia las formas deícticas, apostróficas y exclamativas
para conseguir mayor emotividad y recabar la atención del oyente.
Otra característica muy
importante es el fragmentarismo: El romance se centra en un momento determinado
de la acción. Los antecedentes no aparecen porque son conocidos o no interesan,
y se entra, como ya hemos dicho, directamente en el asunto. Además, con mucha
frecuencia, la narración se rompe bruscamente sin que se conozca el desenlace
final. El resultado es de una increíble eficacia poética, al atrapar al oyente
en el misterio y la emoción, y hacerle participar con su propia imaginación,
lanzada a una actividad creadora personal.
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